domingo, 7 de marzo de 2010

Los bolardos indefensos de Benito Corbal

CAYERON los bolardos. Solos, desarmados, sin refuerzos, aplastados por las ruedas de los repartidores, que por momentos se ensañaban y pasaban una vez, y otra, y otra más, sobre sus cabezas. Los coches y las furgonetas conquistaron así el carril bici de Benito Corbal, antiguo estandarte de la política municipal, del cambio de sentido del callejero local y paraíso en potencia para el éxito del pillabici. Se hicieron sus dueños sin pagar un euro por el traspaso y ahora miran con desprecio las últimas células de resistencia que se pueden ver los días de sol. Cuatro bolardos fluorescentes, cinco a lo sumo, que recuerdan con nostalgia su antigua función a quienes quieren escucharlos: separar los coches de las bicicletas. Los vecinos piden ya que la situación se normalice legalmente: que el carril bici se destierre de las señales y se instaure la carga y descarga que desde hace meses ignora la ley, para qué seguir con la pantomima actual. Los bolardos supervivientes esperan resignados su futuro y leen cada día el periódico en buscar de la respuesta de las autoridades municipales. Tras semanas de meditaciones tienen ya sus propias preferencias. Piensan que, dentro de lo malo, si los echan de su hogar, al menos podrán descansar en un cementerio de material de obra y no bajo las ruedas de un camión ante la pasividad del Concello de Pontevedra.

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