domingo, 19 de septiembre de 2010

Ezequiel Mosquera

Imposible no identificarse con él: el viejo corredor casi invisible durante años que, de repente, paso a paso, Vuelta a Vuelta, subía peldaños en la clasificación general. Ayer sudó, tez morena de ciclista de antiguo, las arrugas de la cara como surcos del arado, y no pudo. Nibali, italiano, lo ató en corto con una goma y lo tuvo ahí toda la subida, ocho segundos, veinte a lo máximo, y fue recogiendo la cuerda a menos de un kilómetro, hasta que llegó a la meta soldado a la rueda trasera de Ezequiel, para qué esprintar y disputar la etapa, la elegancia del campeón se cimenta en detalles así. Es posible que ésta fuera la Vuelta de Mosquera, que el tren se vaya alejando poco a poco hasta perderse bajo la pancarta del gran premio de la montaña. Quién sabe. Nadie lo conocía hace un lustro, y ya tenía 30 años. El año que viene cumplirá 36, pero no conviene subestimarlo por su DNI: en el podio de la Bola del Mundo no admiten a los don nadie.

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