sábado, 5 de julio de 2014

Globos, monedas, sonrisas

Un niño enfila la calle Peregrina a lomos de un patinete mientras esquiva peatones, como en un videojuego, y habla a gritos con su madre: «¡Hoy sí que está el Payaso Pimpón!». Se acerca ilusionado. No quiere nada. Solo hablar. Así que los dos, uno en su patinete y otro en su silla, bromean durante unos segundos y se cuentan sus cosas antes de chocar las manos para despedirse. Viejos códigos, se supone, que tienen por lo menos tres semanas de antigüedad, media vida a los ojos de un niño. Esta vez no hay propinas ni globos en figuritas, aunque suele ser lo habitual en los dos metros cuadrados que ocupa el Payaso Pimpón a la entrada de la zona vieja. Porque es a eso a lo que se dedica este hombre con aspecto bonachón, a regalar globos, sonrisas y piruletas a cambio de la voluntad. Eso sí, para despistados, gente que creía que aquello era una ONG, colocó hace unos meses un letrero que advierte: «Vivo de esto».
 El Payaso Pimpón es Ramón Ambite, un catalán de Sabadell que antes que fabricador de sonrisas fue pescador, escayolista y butanero. Ahora es payaso, porque el paro es jodido y el oficio lo lleva en la sangre. «Se puede aprender, pero hay que tenerlo dentro», dice antes de que le explote un globo y rompa a cantar desafinado, como ahuyentando los malos aires. (...)
 

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